Monseñor Piris, Obispo de Lerida, es un Ladron
viernes, 17 de octubre de 2008
UN PAPA QUE IRRADIABA ALEGRÍA
Con este articulo doy comienzo a al libro del padre Jesus Lopez " Se pedirá cuenta" en la que nos narra muchos hecho de la muerte premeditada de Juan Pablo I
Cada cual que saque sus propias conclusiones y es mas probable que se ajuste a la realidad que a las mucha smentiras que echó el vaticano y que sigue echando Esta es uan de las muchas sombra que oscurecen el papado del anterior pontifice, que pese a que muchos le llaman el magno, para mi es el peor papa de todo el siglo XX, y desde luego de los conocidos por mi, el peor, pese a que haya podido arrastar a mucha gente tras de si, pero ha vaciado las Iglesias.....
UN PAPA QUE IRRADIABA ALEGRÍA
En el 30 aniversario de la muerte de Juan Pablo I
BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ
TRES CANTOS (MADRID).
ECLESALIA, 29/09/08.- Hace 30 años, consternados e incrédulos, recibíamos la noticia de la muerte “repentina” de Juan Pablo I, a los 33 días de haber sido elegido Papa. “Infarto agudo de miocardio”, según la escueta nota oficial. Algunos pidieron la autopsia, pero, de manera rotunda, el Vaticano se negó. Las prisas por embalsamar su cadáver, sin esperar a las 24 horas como establece la legislación italiana, la contradicción en los detalles, acrecentaron las dudas. En 1984 el escritor inglés David Yallop abrió el melón del asunto Luciani con su libro In God's Name (En Nombre de Dios) con la tesis del envenenamiento. Hace dos años, por su 28 aniversario, salió una novela La muerte del papa, del lisboeta L. M. Rocha (“el próximo 28 de septiembre sabrás quién mató a Juan Pablo I”, así se promocionaba durante el verano).
En 1998, el Vaticano analizó con un escáner el cadáver de Celestino V, muerto en extrañas circunstancias en 1292. Era un austero fraile, partidario de que la Sede de Pedro adoptara un estilo de vida más pobre, más evangélico. Imitando a Cristo, hizo su entrada papal montado en un burro. Renunció. La Iglesia no podía ser un Estado, sino una comunidad. El escáner detectó un clavo en el cráneo. Ya antes, en 1967, recién nombrado cardenal, Wojtyla encargó a una comisión de expertos forenses que investigaran de qué murió San Estanislao. Sin embargo, el papa Wojtyla no puso el mismo celo en el caso de Juan Pablo I, a quien sucedió. Según una encuesta publicada en Italia (Ya, 8-10-1987) más de quince millones de italianos, el 33 por ciento de la población, estaban convencidos de que la muerte de Juan Pablo I fue provocada. Rompiendo el silencio oficial, el cardenal brasileño Aloisio Lorscheider declaró: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta” (El Mundo 8/8/1998).
El sacerdote Jesús López Sáez, el mayor estudioso de Juan Pablo I, ha tenido la valentía de cuestionar la versión oficial sobre la causa de la muerte del papa Luciani. Y ha desmontado la versión de algunos, según la cual Juan Pablo I era un papa indeciso que murió abrumado por el peso del papado. “Era un papa decidido a vivir el evangelio con sencillez, no solamente a cumplir el Concilio”. En 1985, en el Semanal de información religiosa Vida Nueva, publica La incógnita Juan Pablo I, causando un gran revuelo (y su destitución de responsable de Catequesis de Adultos en el Secretariado de Catequesis de Adultos de la C.E.E., por persistir en buscar la verdad). En 1990 publicó Se pedirá cuenta. Muerte y figura de Juan Pablo I. En 2002, en edición privada, El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen (con la advertencia de su obispo de que si lo sacaba edición pública le retiraba las “licencias eclesiásticas”); en 2005 salió en edición pública. Sus escritos están en la Web de su comunidad, la madrileña Comunidad de Ayala
David Yallop define a Juan Pablo I como “un hombre que irradiaba alegría”. Fue nombrado obispo por los pelos: el párroco de su pueblo alegó que tenía una voz muy débil. “Para eso están lo micrófonos”, respondió Juan XXIII. Pero Luciani vivió momentos muy amargos, precisamente por el tema de los dineros. Siendo obispo de Vittorio Véneto, Luciani tuvo que hacer frente a un escándalo en el que estaban involucrados dos de sus sacerdotes. Presentó su dimisión, dos veces, a Juan XXIII, quien no se la aceptó. Su diócesis restituyó hasta la última lira a los damnificados. “El tesoro de la Iglesia son los pobres” dirá el Patriarca Luciani tras vender (para recaudar fondos para una institución de disminuidos psíquicos) dos cruces pectorales, regalo de Juan XXIII, y un anillo que le regaló Pablo VI.
Ya Patriarca de Venecia, Luciani sufrió la prepotencia, el ninguneo, del obispo Paul Marcinkus “el banquero de Dios”, responsable del IOR (Banco Vaticano) por la venta (a mediados de 1972) de la Banca Católica del Véneto -dedicada a ayudar a los más necesitados, como los deficientes y los minusválidos, con préstamos a bajo interés- al poderoso Banco Ambrosiano del oscuro Roberto Calvi, sin consultarle a él. Luciani no se calló, lo puso en conocimiento de Benelli (Secretario de Estado en funciones): “¿Qué tiene que ver todo esto con la Iglesia de los pobres? En nombre de Dios”... Benelli le interrumpió: “No, Albino, en nombre del dividendo” (“según Biamonte, agente del FBI, Benelli era ‘un formidable adversario de Marcinkus”). El 16 de septiembre de ese mismo 1972, en Venecia, ante 20.000 personas, Pablo VI se quitó su estola papal y la puso sobre sus hombros: “Usted se la merece” (Se pedirá cuenta, Cap. 7 “Los nuevos mercaderes”).
En 1977 el Patriarca Luciani, con un grupo de venecianos, visitó Fátima; el 11 de julio tiene un largo encuentro privado con Sor Lucía, en Coimbra, en el convento de Santa Clara. Y en cuanto a usted, Señor Patriarca, la corona de Cristo y los días de Cristo le dijo. “Mi hermano salió descompuesto (...) Cada vez que aludía a aquella conversación se ponía pálido”, declaró su hermano Eduardo (El País 26/8/1993). Hans Urs Von Baltasar, uno de los grandes teólogos católicos del s. XX, en su último libro, Erika (1988), recoge la visión de una monja alemana, Erika, según la cual el papa Luciani es asesinado por medio de una inyección letal. Balthasar compromete su prestigio catalogándola teológicamente como “visión privada”. Poco después, Juan Pablo II lo nombra cardenal.
“Dios os perdone por lo que acabáis de hacer” dijo Luciani al ser elegido. Él no aspiraba a ser papa, nunca estuvo en “campaña”. El cardenal Tarancón cuenta que “en el cónclave, Luciani estaba acurrucado”; “casi se ocultaba”, dice A. Tornielli, biógrafo. Su humildad, su lenguaje de los sencillos, calaban: “Ayer por la mañana fui a votar, nunca hubiera imaginado...” (…) “Yo no tengo ni la sabiduría del Papa Juan, ni la cultura del Papa Pablo”. Así se presentaba en el balcón de San Pedro. El Diario argentino Clarín da la noticia de su elección con este titular: “Un Patriarca que andaba en bicicleta”.
La anécdota de la bicicleta es memorable, lo retrata: tenía que hacer una visita pastoral a una parroquia, en Mestre. Él renunció al permiso especial que le expidieron para sus desplazamientos (había restricciones por la carestía de petróleo) y tomó el tren de Venecia a Mestre, y allí se montó en la bicicleta hasta la parroquia. Luciani no olvidará sus orígenes humildes, sus penurias, aquellas palabras de su padre, albañil emigrante y socialista, “tendremos que hacer un sacrificio”, cuando Albino, a los 11 años, pide ir al seminario. O aquella carta: “espero que cuando seas cura no te olvides de los obreros”. En una de sus primeras audiencias dirá: “El Papa conoció el hambre”.
Sólo dos semanas de Papa, y Mino Pecorelli, reputado y temido periodista (ex-miembro de la mafia), escribe (12/09/1978) en su semanario OP (Osservatore Político) dos arriesgados artículos: La Gran Logia Vaticana y Petrus Secundus; éste último, un artículo de ficción sobre un Papa periodista al que le hacen la vida imposible, y muere asesinado tras un breve e infernal pontificado (“Si no hubiera sido obispo, me hubiera gustado ser periodista”, había dicho Luciani). En su estilo críptico, Pecorelli (muerto seis meses después, asesinado) aludía veladamente a las resistencias vaticanas que se encontraría el Papa Luciani en sus programas de cambios en la Curia.
Las intenciones del Papa Luciani, esto es fundamental, nos llegan a través de la misteriosa “persona de Roma” (el cardenal Pironio, según la valiosa investigación de Jesús López Sáez) quien, por su cargo, no se atreve a hacerlas públicas, pero se las confía a Camilo Bassotto (periodista veneciano y amigo del Patriarca). Por estas Confidencias se sabe que entre las primeras decisiones de Juan Pablo I estaba sustituir al mayordomo de palacio al frente del IOR y cortar con los escandalosos negocios vaticanos. Él sabía que “Un obispo alto y robusto, siempre de esta casa, ha declarado que la elección del papa ha sido un ‘descuido’ del Espíritu Santo” (…) “Alguno aquí, en la ciudad del Vaticano, ha definido al papa actual como una figura insignificante… Siempre lo supe y nuestro Señor antes que yo. No fui yo quien quiso ser papa. Yo, como Albino Luciani, puedo ser una zapatilla rota, pero como Juan Pablo es Dios quien actúa en mí”.
Su sucesor, Wojtyla, adoptó su mismo nombre papal como sugiriendo continuidad, pero supuso lo contrario, involución. Tras el entierro de Juan Pablo I, el 4 de octubre de 1978, el cardenal Wojtyla fue a cenar a casa de su amigo el obispo polaco Deskur, gran conocedor de la Curia, y su “director de campaña electoral”. Dos días antes del cónclave Deskur vaticinó a su compatriota el famoso cardenal Wyszynski (“inquieto por los rumores”), que Wojtyla sería el nuevo Papa. Wojtyla era el as bajo la manga del poderoso Secretario de Estado, Villot. Curiosamente, la primera salida del papa Wojtyla fue al policlínico Gemelli (el 17/10/78) para visitar a Deskur, convaleciente de un “infarto masivo” sufrido en plena “campaña” del cónclave, ¡qué contratiempo! “Él me enseñó a ser papa” dijo. (Cap.16, “Campaña electoral”, El Día de la cuenta. Juan Pablo II a examen, Jesús López Sáez, en la RED).
Por sus “Confidencias”, sabemos Luciani había dado su voto al cardenal Aloisio Lorscheider, un hombre de la Teología de la Liberación, de la que tanto recelaban, y combatieron, Juan Pablo II y su heredero, Ratzinger. Al año y medio del pontificado de Juan Pablo II, moría Monseñor Romero asesinado junto al altar; incomprendido por el Vaticano. Dos jesuitas vascos, Ignacio Ellacuría, y Jon Sobrino, influyeron en la conversión de este obispo que, en una carta a Juan Pablo II le decía: “Creo en conciencia que Dios pide una fuerza pastoral en contraste con las inclinaciones ‘conservadoras’ que me son tan propias, según mi temperamento”.
Romero solicitó una audiencia a Juan Pablo II tras ser elegido papa. La burocracia vaticana le hizo esperar varias semanas; Romero llevaba una carpeta, eran dossieres sobre flagrantes violaciones de derechos humanos en El Salvador. “No me traiga muchos papeles, que no tengo tiempo para leerlos; y procure estar de acuerdo con su Gobierno” le dijo Juan Pablo II. Monseñor Romero salió llorando, y comentó: “El Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia”. Un año después, en 1981, el cardenal Ratzinger se convertía en el delfín del papa Wojtyla y en 1985 ponía “peros” al Concilio. Hoy es el Papa. “Con la muerte de Juan Pablo I, un mártir de la renovación, murió el Concilio”. Las bicicletas no son para el Vaticano. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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