Monseñor Piris, Obispo de Lerida, es un Ladron




EL Obispo Piris, de Lerida, es un ladrón


lunes, 15 de diciembre de 2008

6. Control de las medicinas

6. Control de las medicinas





El 2 de octubre de 1987, la TV italiana en su canal 2 enfrentó en un vivo debate a Yallop y a Lorenzi, quien sorprendió a los telespectadores diciendo que sobre las 20'00 horas (del día 28) el Papa Luciani se asomó a la puerta de su estudio y dijo a los dos secretarios que poco antes había tenido "un agudo y prolongado dolor en el pecho". Dijo también Lorenzi: "Inmediatamente se ofrecieron a llamar al médico, pero el Papa Luciani les disuadió repetidamente diciendo que todo había pasado y que ahora no sentía ya ningún malestar. Durante la cena no dijo nada de lo que le había pasado en el estudio" (98).
"Es la primera vez que oigo esto", comentó Yallop, para quien las palabras de Lorenzi confirmaban su convicción de que Juan Pablo I murió envenenado. La pregunta obvia fue ‚sta: ¿Por qué sólo ahora el secretario del Papa ha hecho esta explosiva declaración? Además, la primera en protestar fue la hermana de Luciani, Nina, quien a su vez confesó que la familia ignoraba que se hubiera sentido mal(99).
Según los expertos, "aunque los efectos tóxicos de algunas sustancias químicas son muy característicos, muchos síndromes de envenenamiento pueden simular otras enfermedades" (100). En general, el envenenado puede sufrir una gran variedad de trastornos fisiológicos, como depresión del sistema nervioso central, convulsiones, edema cerebral, hipotensión o arritmias cardíacas. Comenta el Dr. Cabrera: "Un dolor en el pecho puede ser debido a causas muy diversas; por ejemplo: angina de pecho, neumonía, hernia de hiato o aerofagia (simples gases)".
Por lo demás, Magee hablaba de un fuerte estornudo y de un día frío; el Papa y sor Vincenza, de un dolor conocido y remediado otras veces. Cuando, por indicación de Lorenzi, Cornwell lo fue a confrontar con Magee, éste le interrumpió con vehemencia: "¿Le ha comentado alguna vez el tema de los hermanos Gusso?". Ante la respuesta negativa de Cornwell, Magee siguió diciendo con emoción:
"Cuando murió el Papa, me dijeron que me marchara del Vaticano y que fuera al Instituto María Bambina, cerca de la plaza de San Pedro. El día después del funeral yo tuve un terrible dolor en mi corazón y fui a ver al Dr. Buzzonetti. Me dijo que estaba sufriendo un stress y tuve que acostarme. Después me llamaron por teléfono. Era un hombre de una agencia de noticias que me dijo: 'Corre una historia según la cual el Papa fue asesinado y usted está en el centro del complot, ¿Qué puede decir?'. Yo le colgué el teléfono. Después, cuando cruzaba el patio del convento, vi mucha gente, también colegialas, a la puerta. Cuando yo pasé, todos se quedaron mirándome porque estaban escuchando a una persona que apuntaba directamente a mí" (101). Y decía: "He ahí el asesino". Ese hombre era Paolo Gusso.
Los hermanos Gusso, Paolo y Guido, son vénetos, pajes de Juan Pablo I. Magee los había despedido a pesar de la oposición de Lorenzi: "Estos hombres introducían fotógrafos y gente en los apartamentos privados" (102). Paolo era muy amigo de Lorenzi.
Muy nerviosa, la madre general de la orden, que vivía Allí, fue a hablar con Magee: "Le dije a la superiora que no se preocupara, pero me sentía deshecho... Poco tiempo después, otra religiosa me buscó para decirme que un grupo de periodistas me esperaban para entrevistarme. Me enseñó un periódico con el título: 'Dudas sobre la muerte natural de Juan Pablo I', con mi nombre y mi foto en el centro. Desde mi ventana veía a los periodistas y los equipos de televisión. Estaba completamente destruido. Logré encontrar una salida por la puerta de atrás del convento; crucé la plaza de San Pedro y subí a la Secretaría de Estado para ver al cardenal Caprio, quien escuchó mi relato".
Caprio dijo a Magee que lo mejor sería que se marchara fuera de Italia, que los rumores continuarían hasta que comenzara el próximo cónclave: "Tuve la impresión de que me decía que yo era una presencia embarazosa para el Vaticano. Me querían fuera cuanto antes...Salí del despacho y estaba fuera de mí. Había perdido dos Papas en dos meses llenos de tensión. Yo no tenía casa ni trabajo. No podía estar en Roma y además no sabía cómo comenzar a escaparme. Me parecía no tener un amigo o aliado en todo el Vaticano" (103).
En esa situación, Magee se acordó de Marcinkus, que era, a su modo de ver, "el único hombre con corazón humano" que podía ayudarle. Esa misma tarde le consiguió un billete de avión para Manchester, donde Magee tiene una hermana y donde estuvo ilocalizable durante diez días. La mañana siguiente, algunos periódicos decían que Magee "había huido de Italia el día antes y que todos los aeropuertos estaban en situación de alerta por él". Igualmente se dijo que "la Interpol le estaba buscando" (104).
La historia de los hermanos Gusso deja en el aire algunos interrogantes: tratándose de un puesto de confianza, siendo vénetos y amigos de Lorenzi (además, Guido ya había sido paje de Juan XXIII), ¿no era lógico que Lorenzi se opusiera a su destitución? ¿Fue exagerada la reacción de Magee? ¿Había intereses o presiones detrás de este asunto? ¿Quién sustituyó a los hermanos Gusso? Poco después del debate en TV entre Yallop y Lorenzi, el teólogo Gianni Gennari, que fue profesor del Seminario Diocesano de Roma, donde estudiaban algunos seminaristas de Vittorio Véneto, hizo la siguiente declaración en torno a la muerte de Juan Pablo I: "No es cierto que no se le hubiera hecho la autopsia. Precisamente por ella se supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador recetado por teléfono por su ex médico personal de Venecia. La noche de la muerte, entre el 28 y el 29 de septiembre de 1978, el Papa estaba muy agitado tras la dura discusión mantenida aquella tarde con el secretario de Estado, el cardenal francés Villot, sobre los cambios radicales que iba a introducir en la Curia para rodearse de personas de su confianza".
"El Papa, sigue diciendo Gennari, a las diez y media de la noche hizo abrir la farmacia vaticana, le dieron su medicina y se encerró en su habitación. Por la mañana, una monja - no su secretario, como se dijo - le encontró muerto, sentado en la cama, reclinado sobre el costado derecho y con el folio de los cambios eclesiales en la mano, causa de su discusión con Villot (no el Kempis, como se dijo después). Sobre la mesilla de noche estaba el vaso con el que bebió la medicina. Como se supo por la autopsia, el Papa debió equivocarse y tomó una dosis altísima, que le provocó un infarto fulminante" (105).
Se trataría, pues, de un trágico accidente: el Papa, sin darse cuenta, habría tomado una sobredosis medicinal; en concreto, un vasodilatador. Ahora bien, una medida así estaría totalmente contraindicada para quien tiene la tensión baja. Por ello comenta el Dr. Cabrera:
"Los vasodilatadores producen hipotensión. ¿Cómo se le pudo dar un vasodilatador a un hipotenso, como Luciani?".
Por su parte, Giovanni Rama, el especialista que prescribió a Luciani el Efortil, el Cortiplex y otros medicamentos para paliar los efectos de la tensión baja, afirma:
"Es inconcebible pensar en una sobredosis accidental. Luciani era un hombre muy consciente, muy escrupuloso. Además era muy sensible con los fármacos. Sólo precisaba pequeñas dosis. De hecho, la dosis de Efortil que tomaba era la mínima. Normalmente, la dosis consiste en 60 gotas al día, pero a Luciani le bastaba con 20 o 30 gotas. Los dos ‚ramos muy prudentes con la prescripción y administración de medicamentos"(106).
El Dr. Rama dice que no ha tenido ningún contacto con el Vaticano después de la muerte de Albino Luciani. Y subraya: "Me sorprendió mucho que no me pidieran que fuera a examinar el cuerpo sin vida del Papa" (107).
Por lo que se refiere a la farmacia vaticana, su director - el hermano Fabián, de la Orden de San Juan de Dios - le muestra a Cornwell el libro de medicina papal y le dice: "Es curioso. Va directamente de Pablo VI a Juan Pablo II. Evidentemente, él no tenía ninguna cosa de aquí. Es extraño" (108). Es decir, no consta que de la farmacia vaticana se llevara medicina alguna para Juan Pablo I.
Por lo demás, puede ser que se hiciera la autopsia. Ahora bien, si se hizo ¿por qué no se dijo? ¿No eran comunicables los resultados? Gennari dice que fue por estupidez, por la maldita costumbre de no informar sobre los hechos. Sin embargo ¿es suficiente esta explicación? ¿Por qué se descarta que la sobredosis (puntual o progresiva) fuera provocada? De hecho, un simple cambio de frasco por otro convenientemente preparado podría haber provocado el fatal desenlace.
Lina Petri, sobrina de Luciani y doctora en medicina, dice que su tío tomaba anticoagulantes y que "al llegar a Papa, con el febril nuevo estilo de vida, probablemente descuidó tomar la esencial medicación". De esta frase de Lina, que solamente una vez - en audiencia familiar - pudo hablar con el Papa, toma pie Cornwell para consumar la mayor distorsión de la figura de Juan Pablo I: "¿Dejó de tomar, como su sobrina cree, las medicinas que le podían salvar? ¿Cuál es la línea que divide el 'abandonarse', suicidio por deliberada negligencia, y la 'resignación' o el 'abandono' en sentido religioso, cuando una persona cree que la voluntad de Dios es que muera y abraza ansiosamente esta perspectiva?" (109).
Cornwell alude también a una confidencia de sor Vincenza a la hermana Irma Dametto, según la cual el Papa habría dicho a sor Vincenza: "Mire, hermana, yo no desearía estar aquí en este sitio. El Papa extranjero viene a ocupar mi lugar. Se lo he pedido al Señor". Algo semejante comenta Magee. Una vez, le dijo Juan Pablo I: "¿Por qué me han elegido a mí? Debían elegir a otros más preparados que yo. Debían elegir al cardenal que en la Sixtina estaba de frente a mí". Y algún día antes de morir añadió: "Yo me marcharé y él ocupar mi lugar". El episodio se lo contó Magee al obispo de Belluno, Maffeo Ducoli, que a su vez dice: "Juan Pablo II, al cual he comentado la cosa, me ha confirmado que, en el momento de la elección, él se encontraba casi de frente a Luciani" (110).
En realidad, la frase firmada por Irma Dametto es muy distinta, expresión típica de la humildad de Luciani: "Mira, sobre este sillón no debería estar yo, sino un Papa extranjero ¡Se lo había pedido al Señor!" (111). Expresiones semejantes eran frecuentes en Luciani. Cuando fue nombrado obispo, dijo en su pueblo: "yo soy puro y pobre polvo; sobre este polvo el Señor ha escrito"... Cuando entró en Venecia como Patriarca, puso a disposición de todos "lo poco que tengo y que soy". Lo mismo dijo en San Juan de Letrán, en Roma. La humildad de Luciani aparece también, cuando se siente injustamente acusado. En cierta ocasión, en su etapa veneciana, alguien escribió una carta en que se le acusaba: de no visitar con frecuencia las parroquias; de dar demasiada importancia a la gente; de no saber hacer de patriarca.... De Roma llegó una carta que pedía explicaciones. Luciani respondió así: "Me parece que he ido regularmente a las parroquias y también he vuelto con gusto cuando me invitaban; tengo la costumbre de tratar a mi prójimo como hermano; es verdad que no sé hacer de patriarca" (112).
De hecho, él dió su voto a un cardenal extranjero, el brasileño Lorscheider. La referencia al Papa extranjero manifiesta la conciencia por parte de Luciani de que el acuerdo en torno a un Papa italiano - en aquellas circunstancias - no resultaba viable. Y así sucedió poco después: para suceder a Luciani, los cardenales eligieron al Papa Wojtyla, rompiendo con una tradición que duraba más de 450 años, desde que en 1522 resultara elegido el holandés Adriano de Utrecht, obispo de Tortosa, con el nombre de Adriano VI. Había sido preceptor de Carlos V. Quiso reformar la Iglesia, comenzando por la curia de Roma. Murió al cabo de un año (113).
Me comenta Camilo Bassotto, desde Venecia: "Hace unos días he hablado con el Dr. Da Ros. Obviamente, considera inconcebible y calumniosa la conclusión de Cornwell. Luciani era muy cuidadoso y no abandonaba nunca el medicamento. Además sor Vincenza, que era enfermera, llevaba el control de las medicinas".
De hecho, el Dr. Da Ros no quiso entrevistarse con Cornwell. Tampoco el Dr. Rama, del Policlínico de Mestre. Y ello, a pesar de todos los apoyos vaticanos, que presentaba el ingl‚s. Por contar, contaba incluso con el apoyo de Juan Pablo II.
Tras una entrevista con el cardenal Deskur, en la que Cornwell se sintió sutilmente observado, habla con el Papa y le dice que est escribiendo un libro sobre Juan Pablo I:
"Lo sé. He oído hablar de esta iniciativa suya. Quiero que sepa que usted tiene mi apoyo y bendición en este trabajo suyo", le dijo Juan Pablo II muy lentamente y espaciando cada palabra. A pesar de todo, Cornwell dice haber sido sorprendido en su comunicación con el Papa por un agobiante sentido de anticlímax: "una de las más carismáticas figuras del mundo a distancia, me ha parecido desinflada de cerca" (114). Como es de suponer, Juan Pablo II no apoyará ni bendecirá sus conclusiones.
Hace unos años me comentaba un obispo: "Saber de qué murió Juan Pablo I es casi imposible; tanto como saber quién estaba detrás de Ali Agca en el atentado contra Juan Pablo II". Y añadió: "Sin embargo, lo de la Sábana Santa es otra cosa". Entonces estaba de actualidad. "Pues eso no lo tengo yo tan seguro, le respondí. En realidad, saber de qué murió Juan Pablo I era fácil, cuestión de forense. Saber quién está detrás de un crimen es más difícil". En tales casos se impone, entre otras, esta pregunta: ¿a quién interesa? Por cierto ¿interesaba a alguien la muerte del Papa Luciani?

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