Pedro De Luna, (Benedicto XIII) tal dia como hoy 20 de diciembre fue nombrado cardenal por el papa Gragorio XI, con el titulo de Santa Maria in Cosmedin, donde esta la famosa boca de la verdad, esa que pocos politicos meterian sin que les mordiese como cuenta la leyenda
Pedro De Luna, (Benedicto XIII)
(Illueca, Z., 1328 - Peñíscola, Castellón de la Plana, 1423). Cardenal y Pontífice aragonés, conocido como «el Papa Luna».
—El cardenal: Don Pedro Martínez de Luna, elegido Papa en Aviñón (Francia) con el nombre de Benedicto XIII durante el Cisma de Occidente que dividió a la Iglesia a fines del siglo XIV, era hijo de Juan Martínez de Luna y de María Pérez de Gotor, y había nacido en el castillo familiar de la localidad zaragozana de Illueca . Estudió Derecho Canónico en la Universidad de Montpellier, donde obtuvo el grado de doctor en Decretos y se dedicó a la docencia durante algún tiempo, abrazando la carrera eclesiástica que no abandonaría durante el resto de su larga y fructífera vida. Regentó en primer lugar sucesivas canonjías en Vich, Tarragona, Huesca y Mallorca; y después fue canónigo de Cuenca, arcediano de Zaragoza y preboste de Valencia. Pero su alto linaje aragonés, la valía mostrada en sus estudios jurídicos y la moralidad de sus costumbres le granjearon la confianza de la Curia romana e hizo que el Papa Gregorio XI se fijara en su persona, designándole cardenal-diácono con el título de Santa María in Cosmedin el 20-XII-1375. En 1377, don Pedro de Luna acompañó al Papa Gregorio que abandonaba Aviñón para regresar a Roma; actitud que provocaría el comienzo del Cisma por la oposicion del clero francés a dicho traslado.
Su recio carácter y el prestigio personal adquirido por el cardenal aragonés le convirtieron enseguida en figura de primer orden en la Iglesia, viéndose inmerso en los acontecimientos desencadenados cuando a la muerte de Gregorio XI, en 1378, fueron elegidos Urbano VI en Roma y Clemente VII en Agnani, confirmándose el Cisma de Occidente con la división de obediencias en el mundo cristiano. Don Pedro de Luna se inclinó por el Papa Clemente, poniéndose a su servicio en Aviñón y actuando en la Península Ibérica como legado pontificio ante los reyes de Castilla, Navarra, Portugal y Aragón. Desde 1378 hasta 1389 residió habitualmente en su país natal, haciendo frente a las denuncias de Urbano VI —el Papa de Roma— y a la inicial reticencia de las monarquías españolas. Pedro IV de Aragón se mantuvo desde un principio neutral con Roma, pero sin abandonar sus buenas relaciones con Aviñón, lo que permitió que los aragoneses recibieran con simpatía al cardenal legado. Esta aceptación fue correspondida por Clemente VII, que otorgó al monarca, en 1379, una décima trienal en sus estados y la fundación de la Universidad de Perpiñán a petición del mismo.
Pedro IV supo conjugar durante toda su vida la rivalidad de los papas, manteniendo al maestre de Rodas, Juan Fernández de Heredia , como emisario junto a Clemente VII y realizando continuas encuestas de aceptación en sus reinos de una u otra obediencia. La respuesta de los súbditos de la Corona estaba implícita en las simpatías que por lo general profesaba el clero en la figura de don Pedro de Luna, quien asimismo contó con la fiel amistad de San Vicente Ferrer, que dedicaría al cardenal aragonés su obra De moderno eclesiae schismate. Poco antes de morir en 1387, Pedro IV rompió definitivamente con Roma y su sucesor Juan I se inclinaría decididamente por el Papado aviñonés, afirmando la obediencia oficial a Clemente VII en una asamblea reunida a tal efecto en Barcelona el mismo año de su acceso al trono y designando a don Pedro de Luna como su ejecutor testamentario.
La actividad del cardenal aragonés lo hizo famoso también fuera de la Corona de Aragón. Don Pedro de Luna significó el alma de la reforma de la disciplina eclesiástica aceptada en el concilio nacional de Palencia de 1388 por la fuerza de sus decretos irrefutables, que fueron reconocidos; e incluso el propio Papa de Roma, Bonifacio IX —que había sucedido a Urbano VI—, alabó su talento y sus méritos. Castilla aceptaría al Papa Clemente por su mediación en 1381 y Navarra en 1390, antes de que, el 15 de diciembre de este último año, Pedro de Luna regresara a Aviñón una vez cumplida su misión española. No obtendría sin embargo el mismo éxito en su legación ante buena parte de Francia, Flandes e Inglaterra; a pesar de su defensa en la Universidad de París, el año 1393, de la causa aviñonesa, que provocó cierto malestar y desconfianza en el clero francés y en el sector universitario, originándose el alejamiento de Clemente VII de su estima. Pero la muerte de este Papa en 1394, colocaría de nuevo en primer plano a Pedro de Luna al ser elegido para sucederle el 28 de septiembre del mismo año, apenas doce días después de la desaparición de su predecesor. Con ello se perdía la ocasión —apuntada por el propio elegido en su debate de París— de terminar con el Cisma; sin que la presión del rey de Francia ante el cónclave para que no se procediera a la elección surtiera efecto.
—El Papa: Por veinte de los veintiún votos disponibles fue elegido Papa don Pedro de Luna, adoptando el nombre de Benedicto XIII. Los cardenales que intervinieron en el cónclave se habían comprometido previamente, en su mayor parte, a terminar tan delicada situación en el caso de ser elegidos, aun a costa de renunciar al pontificado. El cardenal aragonés, no sin cierto recelo inicial, suscribió la cédula que recogía dicha moción; pero la rápida elección desconcertó a todos los que intentaron interponerse a la misma. Los estados de la Corona de Aragón acogieron el triunfo de su paisano como una causa nacional, y el resto de los reinos europeos vieron en ello el inminente final del cisma por la honradez y prestigio del elegido. Las buenas intenciones de Benedicto XIII a este respecto quedaron ratificadas en el contenido de las múltiples bulas enviadas por su voluntad a los monarcas cristianos, en las que expresaba su sincero deseo de concluir con la división de la Iglesia. Dos vías quedaban abiertas para ello: la abdicación de los dos papas propuesta por el rey Carlos VI de Francia o la discusión y entrevista con Bonifacio IX señalada por el propio Benedicto XIII, seguro del triunfo final de su dialéctica.
Pero la obstinación de don Pedro de Luna en su postura provocó el apartamiento de los cardenales de Aviñón, hasta el punto de que tan sólo cinco de ellos le quedaron fieles, refugiados en la fortaleza papal durante cuatro años en los que la división de opiniones se diversificó: desde la reprobación de San Vicente Ferrer y del rey de Francia hasta las simpatías de Martín el Humano , rey de Aragón, que le envió una flota para restacarle en 1399. Tras la liberación, Benedicto XIII recobraría la confianza de Castilla y Francia —Aragón no le había retirado su apoyo— así como el prestigio político que trajo consigo, incluso, la sumisión de algunas ciudades italianas. A ello se sumó la intención fracasada de acabar el cisma por «vía de justicia», acudiendo personalmente a Italia para entrevistarse con Inocencio VII, que había sucedido a Bonifacio IX; y otro tanto ocurriría con Gregorio XII, que, a su vez, sucedió a Inocencio VII.
En 1408, y ante la demora de la solución, Carlos VI de Francia declaró la neutralidad de su reino, iniciándose una nueva etapa en la cuestión del cisma. El concilio de Perpiñán, reunido por el Papa Luna con el apoyo del rey Martín de Aragón y que se definió a favor de la legitimidad del Pontífice de Aviñón, quedaría relegado y desautorizado por el concilio de Pisa que declaró cismáticos a los dos papas.
En este concilio de Pisa de 1409 se arbitró la elección de un nuevo pontífice —Alejandro V— que obligara a renunciar a los dos existentes; pero esta solución no hizo sino consagrar la división tripartita de la iglesia. Benedicto XIII se refugiaría en la Corona de Aragón excomulgando a quienes se oponían a sus derechos y a partir de este momento los acontecimientos tomarían otro cariz.
La solución de Pisa constituyó el inicio de una nueva etapa en el comportamiento de Benedicto XIII, quien escribiría en su defensa el tratado De novo schismate y comenzaría a interesarse vivamente por la iglesia aragonesa así como por la política de la Corona. Dos hechos destacan sobre todo en esta actitud: la intervención en el «interregno » abierto en Aragón tras la muerte del rey Martín el Humano sin sucesión directa en 1410 —que terminó en el Compromiso de Caspe de junio de 1412— y la regencia personal del gobierno y administración de la diócesis de Zaragoza, vacante de titular por el asesinato del arzobispo Fernández de Heredia en 1411. Años antes, en 1405, había regalado a la iglesia zaragozana unos bustos-relicarios en plata destinados a guardar los restos de San Valero, San Vicente, San Lorenzo y Santa Engracia. La elección de Fernando I de Trastámara para ocupar el trono en 1412 reforzaría la postura del Papa Luna, que veía en él un importante valedor para contar con el apoyo de todos los reinos peninsulares. Por otro lado, su participación en el éxito de la llamada «controversia de Tortosa», que fue una prueba teológica de convencimiento para los judíos aragoneses, y la conversión de muchos de ellos con este motivo, fortalecieron la respetabilidad que ofrecía ante sus paisanos así como la defensa de sus derechos legítimos.
Un nuevo concilio, esta vez convocado en Constanza para el mes de noviembre de 1414 por especial interés del emperador de Alemania Segismundo, al objeto de terminar decididamente con el cisma, y que logró la deposición de Juan xxiii —sucesor del Papa pisano Alejandro V— así como la renuncia de Gregorio XII —sucesor de Urbano IV en Roma—, abriría el definitivo aislamiento de Benedicto XIII en su refugio de Peñíscola. La entrevista mantenida en 1415 en Perpiñán entre el Papa aragonés, el emperador y el rey de Aragón sirvió únicamente para que Pedro de Luna se aferrase a su causa con terquedad; por lo que el abandono definitivo de San Vicente Ferrer y de Fernando I se consumó. La sustracción de la obediencia al Papa Benedicto XIII dictada por el monarca a comienzos de 1416 para todos sus estados y ratificada por su sucesor Alfonso V el Magnánimo , colocaron al ya considerado «antipapa» aragonés en una situación de total reclusión en Peñíscola. Allí culminaría sus días abandonado de todos, aislado, declarado hereje y excomulgado por el nuevo Papa Martín V en 1417; pero por encima de todo, convencido de su legitimidad en el derecho irrenunciable que la Providencia le había deparado. Su muerte en el exilio a los 95 años de edad no significaría, ni mucho menos, el olvido de los reinos que primero le amaron y le abandonaron después en su obstinación. Su figura ha sido objeto de numerosos estudios en todos los tiempos y desde diversos puntos de vista sin embargo, todavía hoy se debate entre la grandeza de su alma gigante y la servidumbre mundana de su tesonería en la defensa de los derechos adquiridos en el Pontificado.
• Bibliog.: Alpartil, Martín de: Chronica actitatorum temporibus Benedicti XIII; ed. F. Ehrle, Paderborn, 1906. Puig y Puig, S.: Pedro de Luna. Último Papa de Aviñón (1387-1430). Giménez Soler, A.: El carácter de don Pedro de Luna; Zaragoza, 1926. Rubio, J. A.: La política de Benedicto XIII desde la sustracción de Aragón a su obediencia hasta su destitución en el concilio de Constanza; Zamora, 1926. Martín Rodríguez, A.: «Benedicto XIII y el reino de Aragón»; Hispania, XIX, 1959, pp. 163-191. Glasfurd, A.: The antipope (Peter de Luna, 1342-1423); London 1965. Pillement, G.: Pedro de Luna, le dernier Pape d’Avignon; París, 1955.
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