Monseñor Piris, Obispo de Lerida, es un Ladron




EL Obispo Piris, de Lerida, es un ladrón


martes, 22 de septiembre de 2009

SECTARIO ,

SECTARIO

La política tiene un aspecto cada vez más sectario: que uno de los miembros de la secta hable siquiera con un miembro de la secta contraria, se considera el más grave delito que se puede cometer, e indicio seguro de conspiración y de traición de uno de los dos a su secta. Es así como la oligarquía de los partidos políticos se repliega internamente y lanza veneno hacia fuera, cada vez que el zarpazo de la traición hace temblar las paredes maestras del partido. Y más se complica la cosa cuando en el seno del partido hay auténticas sectas rivales: entonces saber quién se inclina por quién, quién habla con quién, se convierte en el principal quehacer y en la mayor obsesión de la secta, hasta alcanzar el grado de paranoia.

Y para mantener un espíritu sectario, se necesita también un discurso sectario: fuera de la respectiva secta todo está mal, desastrosamente mal. Fuera de la secta todo es corrupción y maldad, y la perdición está garantizada aunque sólo sea por el contacto con la secta de los enemigos del bien. Y los traidores de la secta pasan a convertirse en el paradigma de todas las maldades. Contra ellos se lanzan las flechas más envenenadas.

Claro que este carácter sectario tiene un enorme poder corruptor de la política, porque el fanatismo lo impregna todo y provee de justificaciones para lo más injustificable. La primera corrupción estriba en convertir en cuestión doctrinaria y fundamentalmente de adhesiones, lo que sólo ha de ser administración de los recursos comunes. Claro que para ese viaje son indispensables las alforjas del doctrinarismo y la división de la sociedad en buenos y malos, con la obligación de todos los miembros de la secta de dar muestras constantes de adhesión a la secta en la cabeza de sus líderes.

Vamos por la cuestión léxica: en cuanto al carácter del adjetivo sectario, hay algunas particularidades que comentar: mientras al sustantivo secta, por el valor de uso que se deduce de los clásicos, se le hace proceder del verbo sequor, sequi, secutus sum, seguir, que se degrada en el adjetivo sequax, secuaz, la forma peyorativa de seguidor; al adjetivo sectarius se la hace proceder ya del verbo: secare, que significa cortar, dividir (de ahí sección, secante, sector). Pero no exclusivamente, sino que mantiene sus lazos con el verbo sequi (seguir). Hay que añadir a favor de la insistencia del latín clásico por el valor positivo de estos términos, que se formó incluso un verbo sectare, frecuentativo de sequi, igualmente con el significado de seguir.

Y sin embargo, en especial desde que se empleó la palabra secta en el ámbito religioso, quedó marcada con el estigma de lo más siniestro y oscurantista. Le dieron por supuesto el mismo valor que tenía en el latín clásico, pero asignando un valor peyorativo al mismo hecho de ser seguidor de uno o de otro líder, de inclinarse en pro de distintos cabecillas que formaban cada uno su facción. De ahí a remarcar el valor separatista (secare = cortar) sobre el valor seguidista, el paso era insignificante. Y a partir de ahí, en efecto, se consideraron sectas las divisiones dentro de la ortodoxia, y sectarios a los partidarios de ellas.

Mariano Arnal

1 comentario:

Natalia Pastor dijo...

Vivimos un ambiente de barricada,de bandos enfrentados y en colisión que se extiende desde los periódicos y tertulias,hasta la barra del bar.
La crispación y el desasoiego inundan el ambiente y las relaciones y todo se percibe desde la inquina y el rencor.

Y es cierto, además, que cualquier propuesta de la llamada "sociedad civil", es considerada tóxica y nociva por esta casta política que vive permanentemente del enfrentamiento y de la vampirización del contrario, al que no se ve como una alternativa a sus ideas, si no como el enemigo a batir.

Así está el patio.

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