Introducción a la historia del Reino de Aragón
Nacimiento de Aragón
A raíz de la expedición de Carlomagno del 778, el rey franco habría creado un condado en torno a Jaca, poniendo al frente a Oriol, que estaría vinculado a la casa de los condes de Periguéaux. A la muerte de Oriol, las autoridades carolingias nombraron a Aznar Galíndez como sucesor del anterior, personaje que, contestado, acabaría siendo expulsado del condado, siendo resarcido con los condados de Urgel y Cerdaña.
No mucho tiempo después, su hijo, Galindo Aznárez, recuperó un condado, el de Jaca, que será origen del condado de Aragón.
La oposición a Aznar Galíndez que, en realidad, era oposición al poder carolingio, estuvo liderada por Galindo Belascótenes, que dominaba en los valles de Salazar y el Roncal. Sin embargo, Será con Aznar II (864 - 893), cuando Aragón y Navarra comienzan a establecer estrechas relaciones - a través del matrimonio entre éste y Oneca, hija de García Iñiguez de Navarra - que acabarán vinculando ambas formaciones políticas. Pero será por el matrimonio entre su nieta, Andregoto Galíndez, con García I Sánchez de Navarra, cuando el condado aragonés acabe quedando vinculado al reino de Pamplona.
Durante este período, destacará Sancho III el Mayor de Navarra, que incorpora Sobrarbe y Ribagorza y desarrolla una activa política en León y en Castilla. Paradójicamente, a su muerte en 1035, dividirá sus distintas posesiones entre sus hijos García III Sánchez (Navarra), Fernando I (conde de Castilla), Gonzalo (conde de Sobrarbe y Ribagorza) y Ramiro I al que se adjudica Aragón.
Ramiro I, que aparecerá en ciertos documentos nombrado como rey, incorporará pronto los condados de Sobrarbe y Ribagorza, tras la muerte de su titular, Gonzalo, consolidando, en consecuencia, dicho principado. Como su padre, Ramiro orientó su política al norte de los Pirineos, como demuestra su matrimonio con Emersinda de Bigorre. Así mismo, Ramiro I Sánchez apoyará las reformas eclesiásticas promovidas por Roma, favoreciendo así el apoyo ideológico y político del Papado, cosa lógica si tenemos en cuenta que era de origen bastardo y que su posición podía ser contestada. Por su parte, estimuló la repoblación y, muy especialmente, la ocupación de grandes burgos en detrimento del hábitat disperso, lo que supuso un estímulo a su vez para el comercio, contribuyendo a consolidar el tramo aragonés del Camino de Santiago.
Aunque, tras el asesinato de Sancho IV Garcés, el hijo de Ramiro I, Sancho Ramírez, se hizo con Pamplona y aunque, muy interesados en el lado septentrional de los Pirineos, el rey aragonés logró someter a vasallaje a Bigorre, Béarn, además de Urgel y Pallars, el desmoronamiento del régimen de Almanzor y la fragmentación de al-Andalus en diversas taifas, llevó a los reyes aragoneses a poner su atención en el Ebro. Sin embargo, fue el castellano Fernando I - rey también de León- el que logró someter Zaragoza a vasallaje: La antigua capital de la Marca Superior debía pagar tributos, pero a cambio, Castilla se comprometía a salvaguardar su integridad territorial y al titular de dicha taifa. Aragón quedaba, pues, bloqueado en su avance hacia el Sur. De hecho, Ramiro I morirá a manos del castellano, tras intentar tomar Graus (1063). Es entonces, cuando la favorable actitud del monarca aragonés para con el Papado, dio sus frutos, dado que el sucesor de Ramiro I, Sancho Ramírez, acudió al Papa Alejandro II a fin de que convocara una cruzada contra Barbastro. De ese modo, lograba neutralizar a los castellanos, los cuales no se atreverían a intervenir contra un ejército cruzado para defender, además, una ciudad de agarenos.
Así, un ejército formado por aragoneses, pero también por caballeros venidos de Francia e Italia, entre los que destacaban personajes como Guillermo de Poitiers, duque de Aquitania, o el urgelitano Armengol III, vencían la resistencia de Barbastro (agosto de 1064), si bien para perder el enclave no mucho después, en abril de 1065 a manos de un ejército formado por contingentes de las taifa de Sevilla y la de Zaragoza.
Por su parte, aunque las tropas castellanas se abstuvieron de intervenir, resulta significativo que el Cid, después de ser rechazados sus servicios en Barcelona, no se dirigiera a otro lugar que Zaragoza, manteniendo así la política castellana de defensa de la taifa frente a las presiones aragonesas. De hecho, en 1067 estalla la conocida como Guerra de los Tres Sanchos, que enfrenta a Sancho IV de Navarra y Sancho Ramírez de Aragón, con Sancho II de Castilla a propósito del protectorado ejercido por éste sobre Zaragoza, protectorado que implicaba bloquear el impulso reconquistador de navarros y aragoneses.
Por su parte, ante la toma de Graus y Eyerbe por parte de Aragón (1084), Alfonso VI, consideró que era preciso asegurar el control castellano de manera efectiva, procediendo a conquistarla. Sin embargo, este proyecto, alertó a otros príncipes de taifas - poco antes había tomado la taifa de Toledo -, que no veían en esta acción una competencia entre reinos cristianos, sino a un poderoso príncipe cristiano que parecía decidido a restaurar el reino visigodo, a completar la reconquista, una vez había tomado la que fuera capital de dicho reino, con toda la carga simbólica que esto tenía para los cristianos peninsulares.
La llegada de los almorávides, a instancias de algunos reyezuelos taifas, y la amenaza que estos suponían, contribuyeron a que castellanos, zaragozanos y aragoneses aparcaran sus diferencias, a fin de evitar ser absorbidos por los africanos. A la par que sucedía esto, Rodrigo Díaz de Vivar tomaba posesión de Valencia, desvinculándose de la taifa de Zaragoza y, en consecuencia, de su defensa. Como Valencia no suponía ni un obstáculo ni una amenaza para Aragón, pero sí que lo suponía el condado de Barcelona, los intereses de Aragón y castellano acabaron convergiendo, mientras que Barcelona y Alfonso VI se acercaban frente a la amenaza cidiano-aragonesa: Es significativo que, cuando Pedro I de Aragón, puso Huesca bajo asedio (1094), el rey castellano enviara en la defensa de la protegida taifa al conde de Nájera, García Ordóñez, el más encarnizado adversario de Rodrigo Díaz de Vivar.
Sin embargo, Pedro I y su hijo Alfonso, que sería conocido como el Batallador, lograrían derrotar a las fuerzas castellano-zaragozanas, haciéndose con el enclave pirenaico que abría al reino aragonés a la fértil llanura y al Ebro.
Expansión de Aragón con Alfonso I el Batallador
Precisamente, sería Alfonso I el Batallador, hijo del conquistador de Huesca, el que daría un impulso fundamental al proceso reconquistador aragonés. Tras el frustrante y tormentoso intento de controlar el reino castellano-leonés, y de hacerse con las comarcas más orientales del reino - remitimos al lector al artículo relativo a Alfonso VII -, el Batallador fijará su atención en la conquista de Zaragoza, proyecto facilitado por la creciente debilidad del poder almorávide. Tras un largo y duro asedio, Zaragoza finalmente en manos aragonesas en diciembre de 1118. A fin de asegurar la comarca, el aragonés, procedió a conquistar las ricas riberas del Ebro y el Jalón, tomando a continuación de Zaragoza, enclaves como Tudela (1119), Calatayud (1120) o Tarazona (1124). Además de esta operación, se imponía urgentemente repoblar el territorio conquistado con cristianos, dado que se temía que una población musulmana refractaria, se convirtiera en foco de constante rebeldía y agitación.
En este sentido, la opresiva actitud de los almorávides para con los cristianos andalusíes - además de para los judíos -, facilitaría los proyectos del monarca aragonés: Los mozárabes granadinos habían pedido ayuda al Batallador, para que viniera a restaurar la taifa de Granada, de los cuales se esperaba a cambio, mayor tolerancia respecto a la comunidad cristiana.
Si bien, a Alfonso I le resultó imposible hacerse con la ciudad, aprovechó para llevar a Zaragoza y su alfoz a centenares de familias cristianas mozárabes que, hasta ese momento, vivían en el campo granadino sometidas previsiblemente a una dramática presión: Se calcula que en el éxodo participaron unas catorce mil personas. Por su parte, los que se quedaron, lejos de ser tratados con magnanimidad por las autoridades almorávides, serían deportados forzosamente al Norte de África, lo que ha llevado a un conocido especialista a afirmar que es en este momento cuando "el mozarabismo, como fenómeno social, desapareció".
Además de mozárabes, los monarcas aragoneses estimularon la instalación de 'francos', es decir, de gentes provenientes del otro lado del Pirineo, grupo de población que jugará un importante papel en la dinamización artesanal, comercial y cultural de Zaragoza.
Alfonso I el Batallador resulta, pues, fundamental para la expansión, consolidación y fortalecimiento del reino aragonés, pero será con su sucesor, Ramiro II el Monje, cuando Aragón entre en una nueva fase, al vincularse con el condado de Barcelona.
El polémico testamento del Batallador - por el que deja el reino a las Órdenes Militares - será vehementemente contestado por la nobleza aragonesa, la cual resolverá llamar al hermano del rey, Ramiro, que había profesado como monje en el monasterio de Saint Pons de Thomières - de lo cual recibe su sobrenombre - y era obispo de Barbastro en el momento de su proclamación a fin de que ocupara el trono, evitando así, tanto la ejecución del testamento, como una grave crisis dinástica.
Resuelta la misma, con el nacimiento de Petronila, hija de Ramiro II e Inés de Poitiers, se vislumbraba una nueva tensión entre príncipes cristianos: Y es que, la conquista de Zaragoza y el avance sobre distintas comarcas en torno al Ebro, generaron gran inquietud entre los barceloneses, que también aspiraban a asegurar su posición al sur del Ebro y la costa mediterránea: Aunque Ramón Berenguer III ayudó al Batallador en su campaña contra Zaragoza, se aseguró de incluir a Lérida en la órbita catalana para dejar bien definidas las líneas de expansión que correspondían a unos y otros. Sin embargo, el aragonés entendía que esta plaza, al formar parte de la taifa de Zaragoza, le correspondía a él, por lo que puso Lérida bajo asedio. Ambos príncipes cristianos quedarían frustrados en sus expectativas cuando los almorávides ocuparon la plaza, pero este hecho anunciaba serios conflictos.
Quizás, conscientes de que la competencia sólo beneficiaba a terceros, en especial a los musulmanes, aragoneses y barceloneses se dispusieron a cooperar, empezando por fijar las respectivas líneas de expansión, lo cual se materializó en el encuentro celebrado en Calasanz en 1126. Por su parte, el acuerdo de Támara, entre Alfonso I de Aragón y Alfonso VII de Castilla, por el que el primero restituía al segundo una serie de comarcas castellanas al hijo de Urraca y Enrique de Borgoña, empujaba a Aragón hacia el Este, mucho más cuando, a la muerte del Batallador, Navarra logra desvincularse del reino aragonés.
Teniendo todas estas circunstancias en cuenta, no es extraño, pues, que el sucesor de Alfonso I el Batallador, Ramiro el Monje, se inclinara por casar a su hija Petronila con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV; El hijo que naciera de ambos, se convertiría en titular del reino de Aragón y el condado de Barcelona, lo que ocurrió, efectivamente, en la persona de Pedro II: nace así una nueva formación política, la Corona de Aragón.
(Autor del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:Jorge Martín Quintana)
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