Monseñor Piris, Obispo de Lerida, es un Ladron




EL Obispo Piris, de Lerida, es un ladrón


domingo, 15 de febrero de 2009

Confidencias de Juan Pablo I


Confidencias de Juan Pablo I

Estaba en imprenta el presente libro cuando me llega de Venecia un libro - largo tiempo esperado - sobre la figura de Juan Pablo I, que lleva por título Il mio cuore è ancora a Venezia (1). Su autor es Camilo Bassotto, periodista, amigo personal de Albino Luciano y responsable de los archivos venecianos sobre Juan Pablo I.

Camilo ha estado muy cerca de Albino Luciani, en pequeños y grandes momentos: aquella mañana de enero de 1970 en Vittorio Véneto, en que conoce al obispo Luciani, nuevo patriarca de Venecia; aquella visita de Pablo VI a Venecia, cuya preparación le fue confiada y en la que el Papa coloca su propia estola en los hombros de patriarca Luciani; aquella mañana 29 de agosto, en que el papa Luciani recibe a quienes preparaban la participación de los venecianos en la solemne inauguración de su pontificado; aquella mañana del 3 de septiembre, en que Juan Pablo I le agradece a Camilo lo que ha hecho por el Papa y por Venecia; aquella tarde 4 de octubre, en que da el último saludo al cuerpo muerto del Papa Luciani y cuando, de vuelta a Venecia, comienza el largo camino que le ha llevado a la publicación de su libro: de persona a persona, que sitio a sitio, en noticia a noticia...
Aunque conoce, como pocos la vida de Albino Luciani, Camilo no pretende hacer una biografía, sino dar a conocer su figura como hombre, como cristiano, como sacerdote y como pastor; una figura que ha sido gravemente distorsionada. En suma, quiere hacer justicia a Juan Pablo I. Como hiciera Eliseo en el caso de Elías, se trata de recoger el manto del profeta desaparecido (2).

Son "cientos y cientos, y más aún" Los testimonios de toda edad, clase y condición que Camilo ha ido recogiendo. Aquí por su excepcional interés, incluimos ampliamente los testimonios de don Germano Pattaro, de sor Vicenza y de la "persona de Roma", que quiso entregarla Camilo, por libre decisión, los pensamientos e intenciones que el Papa le había confiado (3).

Don Germano, consejero del Papa
Don Germano Pattaro es un sacerdote veneciano, teólogo de gran sabiduría y de profundas intuiciones, hombres de vasta cultura, destacado pionero del camino ecuménico, en algunos momentos cura incómodo, para los curas y los patriarcas. Fue llamado por Juan Pablo I a Roma como consejero.

Luciani le dijo: "no te maravillas de que te haya llamado... Dios tiene un particular designio sobre ti. Ahora estás aquí y te digo: El Papa te necesita, querría tenerte cerca como mi consejero teológico. Yo soy homo novus en estos palacios. A mi mesa llegan hechos y problemas religiosos de todo el mundo. Yo no debo salvar el mundo que ya ha sido salvado y redimido por nuestro Señor. Debo ser apóstol de verdad y de misericordia, de unidad, de paz y de justicia, y si Dios lo quiere, dar la vida, incluso ya, por la Iglesia y por el mundo " (4).
" Me he encontrado en el espacio de pocas horas siendo el Pastor de toda la Iglesia... me siento como un niño en el primer día de escuela... soy escolar que Cristo, he de aprenderlo todo. Me pongo a la escucha. Jesús me guiará. El me dará la lengua y la palabra. Tengo necesidad de buenos consejos, de alguien que me quiera bien, que me esté cercano, que me conforte, alguien con quien poder también rezar conjuntamente " (5).

" Me siento y soy más pobre que antes. Soy el instrumento de un designio de Dios que me supera y me trasciende. Por cuánto tiempo, no lo sé. Pero no será por mucho. Ya hay uno que tomará mi puesto. En el cónclave estaba frente a mí. Pablo VI lo había preconizado cuando le escucho en las meditaciones tenidas en el Vaticano durante los ejercicios espirituales en la cuaresma del 77. Los tiempos están maduros para la elección de un Papa que venga de una tierra ardiente de fe y de caridad, donde se vive la oración, la pobreza, el dolor y la esperanza. Hay días y horas en que revive en mí el deseo de volver al Padre. Teresa de Ávila dijo un día a Jesús: Señor, ya es tiempo de que nos veamos. Siento que el día se avecina. Ahora ya no tengo en el corazón del pensamiento que me ocupó tras el coloquio con sor Lucía en el monasterio de Coimbra. La previsión se ha cumplido. Acepto todo con confianza y alegría. Me abandono en Dios... ahora estoy aquí: soy el Papa; debo procurar con todas mis fuerzas hacerlo bien de Papa. No será nunca ha alabado bastante aquel santo hombre que fue el Papa Juan cuando anunció al mundo que había llegado la hora de Dios, la hora del Espíritu Santo en el amor de Cristo Señor. " El anuncio del Concilio, dijo el Papa Juan, apareció en la humildad de nuestra alma como una inspiración y espontánea e inesperada ". No debemos olvidar las razones profundas que han inspirado y querido que el Concilio " (6)

El Papa Luciani le repetía muchas veces a don Germano: " Es sólo Cristo a quien debemos presentar al mundo, sólo su palabra... fuera de ese nombre no seremos jamás escuchados. Nuestras palabras son sólo un eco lejano de su palabra y frecuentemente son palabras muertas, porque son sólo nuestras " (7)
.
Juan Pablo I está al servicio de la renovación y purificación de la Iglesia: " La Iglesia es un gran misterio de fe. Tú lo has cantado tantas veces en tus preciosas lecciones. Es preciso que nosotros redescubramos el sentido más alto y más puro de la Iglesia. Debemos encontrar nuestra verdadera infancia evangélica, como decía Bernanos, para vivir la iglesia en la pureza del corazón, despojada lo más posible de arreos los rituales y burocráticos " (8).

Luciani tiene muy vivo el anuncio que Juan XXIII hizo al mundo la mañana del 13 de noviembre de 1960: “La obra del Concilio Ecuménico pretende sólo y únicamente hacer brillar en el rostro de la Iglesia de Cristo los rasgos más bellos y más puros de su origen, y presentarla, como su divino Fundador la quiso, sin mancha y sin arruga” (9).

Todo ello tiene consecuencias muy concretas en campos muy diversos. Por ejemplo: “Tú sabes, le dice a don Germano, que no me gusta viajar, pero no puedo cerrarme en el Vaticano, lejano de todos. Iré donde me quieran, a toda tierra, a todo país, especialmente a los países pobres, donde hay hambre y guerra... En mis viajes querría que todo se desarrollara en la simplicidad y en la caridad. Cristo Jesús, Pedro y Pablo y Juan no fueron jefes de Estado...
Sé perfectamente que no seré yo quien cambie las reglas codificadas desde hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas. Yo quiero ser el padre, el amigo, el hermano que va como peregrino y misionero a encontrar a todos, que va a llevar la paz, a confirmar hijos y hermanos en la fe, a pedir justicia, a defender a los encarcelados, a los desterrados, los sin patria y los enfermos.
La persona del Papa es defendida y protegida porque es preciosa, como la de cualquier otro ser humano. El Papa debe ser prudente y vigilante, no debe exponerse a peligros y provocaciones. Como enviado del Señor debe abandonarse totalmente a él, pase lo que pase. Yo no quiero escoltas ni soldados. Como no quiero que los guardias suizos se arrodillen a mi paso y que ningún otro lo haga. Pedro a Cornelio que se le echó a los pies le dijo: “Levántate, que yo también soy un hombre”. Deseo que un pequeño Sínodo permanente de obispos me conforte con sugerencias y consejos de modo que cuando el Papa se encuentre con los pueblos y las Iglesias locales pueda llevar el pensamiento religioso, eclesial y pastoral expresado y madurado por la colegialidad de los obispos.

En mis viajes no pretendo turbar o mermar en modo alguno la autonomía y la autoridad de los episcopados locales. Yo soy el hermano mayor de los obispos, les debo un gran respeto, debo y quiero estar en comunión de amor con ellos.
Son pensamientos que vuelven a mi mente en estas noches de insomnio. La colegialidad entre el Papa y los obispos ha sido confirmada por el Concilio (10). Dicha colegialidad se desarrolla en las conferencias episcopales nacionales y a través del Sínodo de los obispos.

Luciani es un obispo del Concilio y se siente personalmente renovado por él. Además, está profundamente agradecido a los teólogos, filósofos y pensadores sobre los cuales ha rehecho su cultura durante y después del Concilio: Henri de Lubac, Bernard Haering, Mathias Scheeben, Hans Urs von Balthasar, Ives Congar y Marie-Dominique Chenu, “hombre insignes, mis maestros, ricos de sabiduría y de experiencia puesta al servicio de la Iglesia y del Papa” (11).

Juan Pablo I le habla a don Germano de diversas personas cuya figura debe ser rehabilitada: “En la casa de Dios suceden tantas cosas. Tú sabes que también los santos pueden equivocarse. Pío X no quiso creer en la fidelidad y en la sincera obediencia del cardenal Carlo Andrea Ferrari, arzobispo de Milán, acusado por algunos sacerdotes de favorecer el modernismo, una doctrina considerada entonces como una herejía.... Fue el Papa Juan quien hizo reabrir el proceso de beatificación del cardenal Andrea Ferrari” (12).

El Papa Luciani dice algo semejante de don Lorenzo Milani y de don Primo Mazzolari: “Tengo una deuda con los dos, los he conocido personalmente. Padecieron pruebas amargas de parte de sus obispos y de la Iglesia. Dos curas, dos pastores, dos profetas dejados solos... Don Lorenzo y don Primo merecen recuperar oficialmente el puesto que les corresponde en la Iglesia y el corazón de todos aquellos que los han amado” (13).

Semejante consideración merece Antonio Rosmini: “un cura que ha amado a la Iglesia, que ha sufrido por la Iglesia. Un hombre de vastísima cultura, de íntegra fe cristiana, un maestro de sabiduría filosófica y moral que veía con claridad en las estructuras eclesiales los retrasos y los fallos evangélicos y pastorales de la Iglesia. Quiero encontrar una ocasión de hablar de Antonio Rosmini y de su obra, que he releído con atención” (14).

Juan Pablo I habla también de los años 70, de fuertes tensiones civiles, culturales y también eclesiales: “Fueron los años de las leyes sobre el divorcio y sobre el aborto... El matrimonio ha venido a ser un triste juego... Mi otro gran dolor es la ley sobre el aborto. Es la más permisiva de las que están en vigor en los países de occidente” (15).

Al Papa Luciani no le importa pedir perdón por los pecados de la Iglesia. Por ejemplo, piensa pedir perdón a los hebreos: “Si Cristo Señor me da vida, si tengo la fuerza, la justa luz y los justos consentimientos, pienso convocar una representación de obispos de todo el mundo para un acto de penitencia, de humildad, de reparación, de paz y de amor de la Iglesia universal, a repetirse cada año por el Papa y los obispos en las iglesias locales, el viernes santo. Nosotros los cristianos hemos pecado contra los hebreos nuestros hermanos en Dios y en Abraham; los hemos ignorado y calumniado durante siglos. Los hebreos no son deicidas. En el plano histórico sólo algunos lo fueron y tienen un nombre. La acusación es teológicamente infundada y moralmente injusta... La Iglesia pecadora, son los cristianos, los curas, los obispos, los Papas que han actuado y actúan en las instituciones de la Iglesia. Hemos de pedir a Dios que se nos perdone este pecado. La Iglesia que peregrina en la historia no tiene necesidad de perdón. La confesión de las propias culpas es un modo auténtico de permanecer fieles a Dios y de alabarle exaltando su misericordia. En nombre de Jesús debemos hacer la paz por siempre con los hebreos” (16).

También de otras culpas hace el Papa Luciani confesión eclesial: “Nosotros los cristianos en algunos momentos de la historia hemos sido tolerantes frente a las masacres de los indios, al racismo y a las deportaciones de los pueblos africanos. Se dice que fueron cincuenta millones de negros deportados como esclavos desde Africa a América. Hubo también entonces hombres valientes que gritaron contra el escándalo y contra el delito. Conozco uno, el dominico Las Casas, el padre de los indios del Amazonas, profeta no escuchado y perseguido. Sus denuncias del genocidio de aquellos pueblos no fueron hechas propias por las comunidades cristianas del tiempo, que no se movieron para defender a aquellas gentes... Confesar las culpas históricas de la Iglesia es signo de humildad y de verdad, es signo de esperanza en un futuro mejor. Desde hace dos mil años la única medida para los cristianos es el amor, es el Evangelio de Cristo Señor. Se dice, no se puede juzgar los hechos de entonces con la sensibilidad de hoy. No es un problema de sensibilidad, es un hecho de verdad. La Iglesia es la conciencia crítica tanto de hoy como de ayer. La Iglesia debe recuperar su fuerza profética, su sí y su no evangélico, a la luz del sol, delante de todos” (17).

Don Germano interviene: “Santo Padre, los indios de América y otros pueblos africanos son torturados, matados y discriminados también hoy en las tierras de sus padres...” “Es verdad lo que dices, responde el Papa Luciani. Hoy en Sudamérica, en Africa y en otros lugares junto a los hombres y a las mujeres del pueblo son perseguidos y asesinados también los sacerdotes, los misioneros y los obispos. La Iglesia vive, sufre y muere con ellos. Hoy la Iglesia, gracias a Dios, está finalmente y para siempre libre de todo condicionamiento y de todo vínculo con aquellas razones que en un tiempo se llamaban históricas. La Iglesia quiere y debe ser sólo el Cuerpo de Cristo para el hombre y con el hombre. La Iglesia reconociéndose pecadora en sus hombres y en sus instituciones deplora con humildad los momentos difíciles y dolorosas de su camino en la historia, como la tristísima Inquisición y los tristísimos tiempos del Poder Temporal de los Papas” (18).

Dice don Germano que el Papa Luciani pensaba ir a Puebla (México), a la gran asamblea eclesial de América latina (también pensaba ir a Beirut y Jerusalén): “Le importaba muchísimo estar presente porque aquel continente cristiano, como el de Africa, tiene mucho que decir y que enseñarnos a los cristianos de Europa. Habría pedido que se retrasara la fecha hasta febrero, marzo” (19).

Don Germano escuchó al Papa Luciani palabras fuertes sobre la injusticia evidente del sistema económico internacional y sobre las fórmulas puestas en marcha por los países ricos, que están llevando a los países pobres de Africa, de Asia y de los países latinoamericanos al hambre, a la rebelión, a la guerra: "El capitalismo liberal y el marxismo colectivistas son dos formas de imperialismo contra los pueblos pobres del Tercer Mundo. Los pueblos ricos, y entre ellos se va colocando también Italia, son responsables de este juego infernal. Yo he visto de cerca el hambre y la miseria de los pueblos de África y de América. Esos pueblos no podrán levantarse por sí solos. Los bienes de la tierra y las riquezas del mundo no son patrimonio exclusivo de quien las posee. La propiedad no es intocable. El Cristo de los pobres llama a la solidaridad del hombre por el hombre; es un deber que alcanza a todos, mujeres y hombres de todo el mundo. Aquellas pobres gentes gritan justicia delante de Dios. Y a añadía a: en cada rincón de la tierra crece en el hombre la sed de la paz, de la justicia y de la libertad. La Iglesia debe ponerse con sus luces al lado de todos aquellos, de cualquier raza y religión, que defiende estos sacrosantos derechos del hombre" (20).

Para Juan Pablo I, los pobres y los enfermos son la eterna prueba con que los cristianos miden la sinceridad y la verdad de su fe, delante de Dios y delante de los hombres: “También el Papa debe dar buen ejemplo en su casa. Me haré promotor de un gran instituto de caridad donde poder hospedar de noche a todos aquellos que duermen por las calles... El instituto estará dotado de una mesa diaria, de amplios servicios sanitarios, de un almacén de vestuario con la asistencia de médicos y religiosas. El domingo iré yo también a servir a la mesa, como hacia el Papa Gregorio Magno en el triclinium pauperum (mesa de los pobres), por él querido y hecho construir. Decía: diez discursos menos y un testimonio más de caridad. Soy el obispo de Roma, cuando más sea y haga de obispo, tanto más seré y lo haré bien de Papa. A los pobres les corresponde la precedencia. Apelaré al corazón de todos aquellos que en casa encuentran siempre una mesa dispuesta y un hecho limpio”(21).

Don Germano estaba emocionado. La señal de estima y de amistad que había recibido le parecía demasiado grande. Le dijo a Camilo: "Ante aquellos pensamientos y aquéllas ideas me sentía pequeño y confuso. El Papa Luciani me hablaba con pleno dominio de sus pensamientos. Se veía que los tenía en el corazón. Formaban parte del patrimonio de sabiduría que había heredado del Concilio. Estaba en el camino de la profecía. De vez en cuando se paraba y me preguntaba qué me parecía. Tenía prisa por hacer saber lo que sentía en su espíritu, como si temiera no disponer de tiempo. Me dijo: Tengo tantas cosas que decir que han madurado dentro de mí en los largos años de mi vida de obispo. Pensamientos, reflexiones y meditaciones, vivas y presentes en mí, hechos y problemas que llevo en el fondo del corazón. Debemos repensarlos con calma y prudencia. Yo no tengo en este momento nadie con quien pueda confiarme; deseo que tú los conozcas. Sabía que estaba en el surco bueno del Concilio y quería dar pruebas visibles. He visto al pago a Luciani sereno, en paz, firme y decidido en sus propósitos. Tenía plena conciencia de ser él el Papa”(22).

El último día Juan Pablo I le habló a don Germano de su coloquio con sor Lucía: “Un hecho que me ha turbado durante un año entero, de dijo. Me ha quitado la paz y la tranquilidad espiritual. Desde aquel día no he olvidado Fátima. Aquel pensamiento pesaba sobre el corazón. Intentaba convencerme de que era sólo una impresión. He orado para olvidarlo. Habría deseado confiarlo a una persona querida, a mi hermano Eduardo, pero no lo logré. Era demasiado grande aquel pensamiento, demasiado embarazoso, demasiado contrario a mi forma de ser, no era creíble. Ahora la previsión de sor Lucía se ha verificado, estoy aquí, soy el Papa. Siento repugnancia a hablar de estas cosas, pero lo hago para que tú puedas leer en mi ánimo que no he pensado nunca y menos he deseado ser Papa. Si tengo vida volveré a Fátima a consagrar el mundo y particularmente los pueblos de Rusia a la Virgen, según las indicaciones dadas por ella a sor Lucía. Tenemos todos una gran sed de paz y de perdón”(23).

Don Germano le dijo a Camilo: "Muchos se maravillarán de lo que pienso sobre Albino Luciani, Obispo y Papa. Debo decirte en plena conciencia que mis convicciones sobre Luciani han cambiado, especialmente después de los tres diálogos que tuve con él. Es mi intención hablar y dar testimonio de ello, incluso aunque estoy seguro que esto suscitará en muchos, aquí en Venecia y en Roma, profundo estupor. Mi testimonio contrasta ciertamente que con la opinión, difundida por acá y por allá, de que Luciani era un hombre demasiado insignificante y no imaginable para aquel puesto. Te dejo mis apuntes. Al final me dejarás leer todo”(24).

Para Camilo, Don Germano fue amigo y padre en momentos difíciles. Además, es importante decirlo, Don Germano (que murió el 27 de septiembre de 1986, tras larga enfermedad), pudo leer y confirmar lo escrito por Camilo:
"La vigilia de su viaje a Londres, para una de sus últimas estancias en la clínica, don Germano me dijo que había leído todo cuanto he escrito tras los largos encuentros tenidos con él. Yo le había rogado muchas veces que escribiera personalmente todo aquello que me había contado a mi. Me respondió: ahora no puedo hacerlo, hay demasiadas referencias a mi propia persona. Lo haré después que hayas publicado el libro. No he hablado con nadie de lo que te he dicho a ti, ni pienso hablar, por ahora. Yo te he dicho todo lo que recordaba; te dejo mis apuntes personales. Al final me decía: a fuerza de hablar y de reflexionar sobre ello y de encontrar conjuntamente las comprobaciones y las citas exactas, señaladas por el Papa Luciani, mis recuerdos son también tus recuerdos. Estoy contento de que me hayas dado la ocasión y el modo de decir todo mi pensamiento sobre Albino Luciani, hombre, sacerdote y pastor. Debemos decir todo con humildad, simplicidad y claridad para dar testimonio y hacer justicia a Albino Luciani, Obispo y Papa”(25).

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