Monseñor Piris, Obispo de Lerida, es un Ladron




EL Obispo Piris, de Lerida, es un ladrón


sábado, 5 de abril de 2008

Capitulo 1
Katerina caminaba con gran desazón por una
de las calles sin pavimentar del barrio norte de
Moscú. Tenía muchos motivos para sentirse incómoda
y de mal humor. Había llegado la primavera,
pronto la familia y su servidumbre marcharían
al campo, y todavía no había logrado cumplir
la orden de su ama, la joven y caprichosa princesa
Nelidova Sokolov.
Al principio, la princesa Nelidova no lo había
expresado más que como un deseo, como un capricho.
Pero últimamente lo había pedido, más
aún lo había exigido. La joven princesa se había
vuelto muy irritable. Siempre estaba agitada, intranquila,
no podía siquiera formular un deseo
con serenidad. Y no le correspondía a Katerina
discutir las órdenes de su ama. Era la dama de
compañía, una sierva vieja y de toda confianza,
endurecida por los trabajos rudos, agobiada ahora
por el peso de dirigir los quehaceres de la casa.
La habían educado para obedecer órdenes y ejecutarlas
con rapidez. A Katerina no le preocupaba
el castigo. No temía el látigo. No, no era eso. Sencillamente
quería cumplir con su deber, y éste
consistía en satisfacer a su señora.
Lo que la princesa Nelidova deseaba era una
sierva que tuviera exactamente sus medidas, que
fuera como su doble. Puede parecer extraño que
Nelidova abrigara semejante deseo, pero no lo era.
En realidad, le destrozaba los nervios la tortura
—eso pensaba ella— de estar de pie, posando horas
y horas en el probador, mientras el sastre, el
modisto, el zapatero, el peluquero, y todos los demás
artesanos se afanaban alrededor de su cuerpo.
Por supuesto, a cualquier mujer le gusta adornarse,
escoger e inventar lo que mejor le sienta.

Pero, de repente, Nelidova tenía prisa, prisa de
vivir, de disfrutar, de jugar a ser una gran dama,
de estar en todas partes, de que la vieran, y, finalmente
y ante todo, de ser admirada. Ser admirada
y envidiada por las mujeres significaba trajes y
más trajes. Y eso suponía estar de pie, quieras o
no, y sufrir que la tocaran las sucias manos de
las modistas. La princesa despreciaba a las modistas
como a toda persona que trabajara, y las
trataba con desdén e injusticia. No le gustaba
su olor, pero tenía que aguantarlas para parecer
bella y rica.
¡Rica! Esa era la palabra que siempre tintineaba
en los oídos de la princesa recién casada.
¡Rica! ¡Poderosa! ¡Una personalidad en la Corte
! ¡ Dueña de muchas almas! Por supuesto, había
que pagar un tributo cuyas consecuencias adquirían
repugnantes matices. El precio consistía en
estar casada con Alexei Sokolov. Era odioso, pero
¿qué remedio? No podía confesarlo ni a sus más
Intimas amigas. Siempre tenía conciencia de porqué
tenía que soportarlo, pero no se le había ocurrido
aún la forma de evitarlo.
Porque Nelidova había sido terriblemente pobre.
Tan pobre que en el convento en que se había
criado no le habían dado lo suficiente de comer.
Las monjas la empleaban de fregona y, en las
grandes fiestas en que las demás jóvenes aristócratas
ofrecían cirios a los santos, grandes como
leños, ella no podía comprar ni siquiera una vela.
Su padre había sido un gran general y un brillante
aristócrata, su madre una princesa tártara.
Pero cuando su padre, en una de sus acostumbradas
borracheras, cayó al Volga, donde se ahogó,
la familia quedó sin un penique. Parientes malintencionados
repartieron su prole en instituciones
y fundaciones caritativas.
Al cumplir los veinte años, y sin el menor deseo
de hacerse monja, Nelidova fue adoptada por una
tía vieja, medio ciega, que vivía en un pueblo.
Allá se encontró atada a una inválida medio chiflada,
que le daba palizas de vez en cuando, como
era costumbre entonces con las chicas solteras,
aun cuando fueran jóvenes educadas. Por eso le
pareció casi un milagro la posibilidad de casarsecon el poderoso Alexei Sokolov. Era un sueño en
el que no podía creer, y, cuando se convirtió en
realidad, Nelidova tuvo que pellizcarse más de
una vez para tener la seguridad de que estaba despierta.
Aquel matrimonio se había concertado por correspondencia,
según era costumbre en la época.
En la pequeña ciudad en que vivía Nelidova, un
joven veleidoso, hijo del comandante militar del
distrito, se enamoró de tal forma de Nelidova que
declaró a su padre que se casaría con ella a pesar
de que era pobre y no tenía posición social. El padre,
como suele suceder, no quiso dar su consentimiento.
Por lo tanto, le pareció conveniente alejar
a la joven de su hijo casándola con otra persona.
Como era condiscípulo del poderoso príncipe
Alexei Sokolov, y había mantenido correspondencia
con él durante largos años, le escribió tales
alabanzas de la virtud y el encanto de Nelidova
que consiguió que aquel solterón se comprometiera
con la joven por correo.
No cabía la menor duda de que Nelidova no
dejaría escapar la ocasión. El ex-gobernador, príncipe
Alexei Sokolov era conocido en toda la región
como uno de los terratenientes más ricos,
personaje político de la Corte y refinado anfitrión.
Era uno de los poderosos de su tiempo, y había
heredado fortunas, que triplicó gracias a golpes
audaces cercanos al robo. A Nelidova no le preocupó
en absoluto que le llevara treinta y cinco
años. Todo aquello era para ella una suerte inesperada.
Pero que él aceptara casarse con ella la
sorprendía.

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