Monseñor Piris, Obispo de Lerida, es un Ladron




EL Obispo Piris, de Lerida, es un ladrón


domingo, 9 de noviembre de 2008

Una palabra más




Una palabra más

Cuando publiqué el artículo sobre la muerte y la figura de Juan Pablo I, la revista Vida Nueva lo presentó como "una postura muy respetable de un hombre de Iglesia" (33). En principio, habíamos acordado abrir un diálogo sobre el tema; cabía, por tanto, la objeción y el derecho de r‚plica. Pues bien, poco después la revista se vio forzada a publicar una descalificación global del artículo (34), mientras su director, Pedro Miguel Lamet, me agradecía el testimonio de fe y de libertad. El mismo Lamet, que sería destituido dos años después, escribía por entonces: "Muchas veces tenemos que aprender de los que están entre barrotes a vivir el don de la libertad interior...­ Hay tantos que estamos en la cárcel sin saberlo!" (35). No hubo opción de réplica. Y en el Secretariado Nacional de Catequesis, donde yo era responsable del Departamento de Adultos, se me dijo: "Ni una palabra más ni un paso más ni nada de nada de nada, si quieres seguir aquí". Respondí que eso no lo podía aceptar, que había publicado el artículo en conciencia y que de una u otra forma, de palabra o por escrito, pensaba seguir con el tema. Aunque se me cesara, como así sucedió en el verano siguiente (36).
Desde entonces vengo preparando la publicación de un segundo escrito, que se ha convertido en el presente libro. El problema sigue vivo, como herida cerrada en falso. Y hay que distinguir con mucho cuidado las palabras verdaderas de aquellas otras que no lo son. Como se dijo a un grupo de venecianos que acudió al entierro: "Hay que hacer justicia a Juan Pablo I". Su muerte fue oscura, con demasiadas cosas inexplicables; su figura es luz creciente, que no debe ocultarse. Ni estaba enfermo ni le venía grande el pontificado ni en su elección se equivocó el Espíritu. Nuestra generación ha de responder de todo ello. Por nuestra parte, repudiamos de nuevo el silencio vergonzoso, "no procediendo con astucia, ni falseando la Palabra de Dios" (37).
Cuando, en la tarde del 30 de septiembre, el cadáver del Papa era trasladado a la basílica de San Pedro, en el momento en que se entonaba el Magnificat, los aplausos de la multitud ahogaron las voces del coro. Fue un inmenso canto de acción de gracias por el Papa Luciani. Que se repita mil veces, once años después.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por lo que estas publicando sobre este papa

saludos
Juan Martin

BOIRA_A dijo...

Gracias en todo caso al Don Jesus Ayala que es el artifice de sacar del armario estos hechos y darnosl,o a conocer

Gracias por tu comentario

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