Se coja por donde se coja, el efecto intrísicamente perverso del cualquier subvención impide a sus beneficiarios desarrollar su tarea sin que medie una relación de dependencia con el poder político.
Si toda subvención contiene en sí misma el germen de la corrupción (ay, esos buscadores profesionales de subvenciones, esa compraventa de apoyos políticos), el envilecimiento social (qué bien cobrar por existir, y vivir sin trabajar), la infantilización de los gobernados (que no reparan en que el dinero que les dan era suyo y se lo quitaron antes) y la promoción de la pobreza (nada mejor que la subvención para desalentar la actividad productiva), ¿cabría hacer una excepción con las actividades socialmente beneficiosas, pero que no encuentran financiación porque no son negocio, como, por ejemplo, las obras altruistas o artísticas?
La respuesta es no. Lisa y llanamente, no. Muchas personas creen lo contrario, pero están en un error, tanto más grave cuanto que es sumamente difícil salir de él, porque la sola vista de los billetes nubla la mente hasta extremos sorprendentes, y este efecto perverso se aprecia hasta en personas de gran fama de probidad moral.
La experiencia reiterada, terca, invariable, es que cuando el poder político otorga dinero a alguien -a quien sea- en concepto de subvención, más pronto que tarde pasa la factura correspondiente, que unas veces es apoyo político, otras es silencio cómplice, otras es obediencia servil, y otras, en fin, es directamente la creación de una situación de pura servidumbre. Esto es así siempre, de una u otra forma. Y de esta relación perversa no se libra ni siquiera la Iglesia católica, aunque hay que reconocer que es de las instituciones que más se suelen resistir.
Fábricas de vagos
Pongamos el caso de la educación, probablemente el más sangrante. Por haber aceptado la fórmula de los conciertos económicos en su día, el resultado es la esclavitud de la zonificación, la servidumbre del número de aulas autorizado y un sinfín de normas coercitivas que dejan en una torpe caricatura la proclamada libertad de enseñanza y el cacareado derecho de los padres de elegir el tipo de educación de sus hijos. No hay más que recordar lo que ocurrió en tantos colegios concertados religiosos cuando se implantaba la corrupción de menores obligatoria denominada Educación para la Ciudadanía, y cómo el pánico a perder el concierto causó estragos en el normal funcionamiento de tantos centros.
Pero todo eso ocurrió, y ocurre, y seguramente continuará ocurriendo, porque también en esos ambientes teóricamente más altruistas se pìensa en términos de poder: el que controla el dinero, controla a las personas. El cheque escolar liquidaría de cuajo todo intento del poderoso de influir, directa u oblicuamente, sobre los centros con ideario propio. Pero, amigos, también a los administradores de los colegios los despojaría de poder frente a los padres, porque los verdaderamente soberanos de sus decisiones serían los que tuvieran el cheque escolar en el bolsillo.
Veamos las llamadas Organizaciones No Gubernamentales (ONG), que nadie sabe por qué se llaman así, cuando reciben prácticamente todos sus recursos de los Gobiernos. ¿Alguien piensa, a estas alturas, que no son un enorme pozo de dinero tirado a la basura o, en el mejor de los casos, empleado en acciones presuntamente humanitarias que, en realidad, lo único que consiguen es acostumbrar a los destinatarios de las ayudas a no esforzarse y seguir con la mano tendida a la espera de la limosna? Esto está pasando ahora mismo en Haití, ha pasado en otros mil lugares y seguirá pasando.
Y conste que me he contenido para no hablar del cine, del circo, de las concejalías (ocho mil), consejerías (diecisiete) y Ministerio de Cultura, o de la “educación sexual y reproductiva” y las fundaciones que adiestran a los transmisores de toda esta bazofia intelectual, que desaparecería casi toda si desaparecieran las subvenciones. Alguien tenía que decirlo.
Via: Alba Digital
1 comentario:
La subvención es un método para doblegar conciencias y voluntades y establecer el pesebre como medio ideal para llenar el buche.
Así acontece en comunidades como Andalucia y Extremadura, donde la subvención es el modus operandi empleado para que una gran parte de la sociedad permanezca estabulada y sometida a los designios y voluntades de los mandamases socialistas, como si fueran caciques cortijeros en pleno siglo XXI.
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